Machacas: esclavos de la droga

Por: Autor invitado
Esta entrada ha sido escrita por PEPE MEJÍA, responsable de comunicación de Proyecto Hombre.

Las Barranquillas. Cerca del Pozo del Tío Raimundo. Barrio de Vallecas en Madrid. Son las 11 de la mañana y Elvis, un moreno espigado, sale de su chabola con una sonrisa. Lleva 10 años ejerciendo de esclavo no sólo de las drogas sino de los propios traficantes y vendedores. “Yo te doy droga y tu trabajas para mí”. Sin derechos, sin respeto, sin compasión, sin turnos, sin horarios, sin días libres, sin vida. Al final, pese a sufrir todo esto, Elvis y otros como él volverán un día tras otro y se someterán a lo que sea necesario para conseguir su dosis.
Estoy bien. Nadie se mete conmigo y yo no me meto con nadie”, nos dice Elvis. Para el machaca, el día comienza con droga e insultos, si se porta bien. Sin droga y con paliza si se ha despistado un poco. A primera hora, entre insultos y humillaciones, limpia su chabola y el coche del amo. Después toca hacer la vigilancia intensiva para “dar el agua”, es decir, avisar de que viene la policía. Si se despista o se queda dormido, nueva paliza. Después, el amo le dará el agua sucia de la limpieza del coche para que se la eche encima. La comida habitualmente la hacen en un dispositivo habilitado para ello. El descanso posterior lo realiza sentado en la puerta de la chabola o al principio del poblado pero siempre con los ojos abiertos.
Alrededor del mundo de los machacas hay mucha violencia. A veces los profesionales que les ayudan se han visto en medio de tiroteos entre clanes o ajustes de cuentas. A veces han sido testigos de la muerte de gente muy joven. La policía esá presente en los accesos, pero no dentro del poblado, salvo cuando realizan una redada o buscan a alguien en concreto.
Los trabajadoras de Proyecto Hombre van a las barranquillas dos o tres veces por semana; depende. Atienden a los adictos, les intercambian jeringuillas y les animan para que entren en un programa de reinserción. No reparten medicinas. Pero los programas o dispositivos que hay no se aplican a los toxicómanos terminales que ya ni salen del poblado y se quedan de por vida ahí trabajando para los traficantes.
En definitiva, nadie se preocupa de esta gente, el último eslabón de una pesada cadena de dependencia y esclavitud. Nadie se preocupa de los fantasmas de esta sociedad que, por su lado, a escasos doscientos metros “disfruta” del consumismo más desaforado en las grandes superficies.
Se necesita un programa específico de tratamiento, profesionales especializados y apoyo de las instituciones. Antes había un programa que les atendía solapadamente pero se cerró por falta de dinero público…-aseguran los técnicos, como Ricardo, entrevistado en este vídeo grabado en las Barranquillas la semana pasada.
 
 No olvidemos que estos fantasmas fueron hijos, hermanos, amigos que no pudieron soportar la crudeza de la vida y en un momento se perdieron en el sub-mundo de la droga para no volver a salir de él jamás. Se merecen cuanto menos una reflexión por nuestra parte.

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