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La tristeza me embarga al ver como los jóvenes cada vez beben más y se inician antes en el consumo de alcohol.

A partir de los doce años el 65 % ya se ha emborrachado alguna vez. Aquel hábito consentido y propiciado por las familias, hoy se ha convertido en una catástrofe social. Provoca mas de la mitad de los accidentes de tráfico, causa enfermedades irreversibles y un alto índice de accidentes laborales. Los jóvenes engordan la lista de alcohólicos y han caído en la trampa ante la pasividad connivencia de la sociedad.

Hoy muere más gente de cirrosis hepática que de sobredosis por drogas, esto lo reconocen estamentos oficiales.

La fiebre del sábado noche comienza sobre todo en zonas universitarias los jueves y terminan el domingo. A ese ritmo se mueven millones de jóvenes, que sólo en alcohol invierten casi un billón de las antiguas pesetas. Muchos llevan camino de convertirse en bebedores crónicos, no es de extrañar en un país donde hay más puntos de venta de bebidas alcohólicas que en todo la comunidad europea; y en la cultura está tan arraigada que la quina se le daba a los niños en ayunas para que le entraran ganas de comer o a las mujeres, agua del carmen contra el mareo.

Un divertimiento brutal que proliferan en los bares de copas, consiste en verter diferentes tipos de bebidas alcohólicas en la boca de un joven y agitar su cabeza como si de una coctelera se tratase.

Normalmente no se acepta en un grupo a quien no sea tan bebedor como el resto, porque así disimulan su adicción.

Cuando dejé de beber, mis círculos de amigos me llamaban: “El niño de la coca-cola”, pero era peyorativo y le hice frente hace veintitres año es la mejor decisión que he tomado en la vida.

Este escrito, aunque aporta datos, no pretende ser un estudio sobre el alcoholismo sino una reflexión para las personas que lo padecen y orientarlas. 

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